Cualquiera que expresara quejas sobre el rey debía ser arrestado y ejecutado, junto con toda su familia en forma inmediata. Si estallaba una revuelta, ordenó abrir las puertas del canal para inundar todo el área. También ordenó que en casos de levantamientos, se rociara aceite y se quemara la zona insurrecta, matando a todos los lugareños hasta el último niño recién nacido.

El reino tenía nueve provincias, cada una dirigida por un Gobernador provincial. Aquellos que se mantenían buenos y justos con los habitantes de sus estados provinciales eran asesinados. Nadie podía detener a Kyou.

Cuando su Saiho cayó enfermo producto de estas atrocidades, el rey entendió que el fin de su mandato se acercaba y lo anunció displicentemente. Para conmemorar su reinado ordenó construir un mausoleo. Reclutó una masiva fuerza laboral para construir dos enormes hoyos que le servirían como tumba. La tierra y los cuerpos de los exhaustos trabajadores se apilaban en el perímetro. Se dice que el rey ordenó el sacrificio de ciento treinta mil muchachas para que le sirvieran en el palacio celestial.

Sin embargo, el rey murió justo antes que la tumba fuera completada. El reino era tierra yerma y las personas estaban sofocadas por el sufrimiento. A pesar de ello, cuando se anunció la muerte del rey, podían oírse los gritos de alegría en cada provincia a lo largo de todo el reino.

Las personas esperaban un nuevo rey, pero nadie apareció.

En este mundo, el kirin elige al rey. Esta sagrada criatura recibe una revelación del Cielo que le indica a la persona más apropiada para ocupar el trono. Cuando esta persona es encontrada, el kirin se pone a su servicio y siempre permanece a su lado.

Para agravar los problemas, el Saiho murió luego de treinta años de búsqueda infructuosa. Sólo era la octava vez que una situación tan desafortunada se daba desde la creación del mundo.

La función de todo rey es mantener el equilibrio entre el yin y el yang dentro de su reino. Cuando el trono está vacío ese balance se rompe y las catástrofes naturales se suceden en forma descontrolada.

El reino, que ya había sufrido con la locura del rey Kyou y los castigos climáticos, luego del infortunio con el kirin se volvió aún peor. Las personas ya no tenían fuerzas para llorar tan terrible pérdida.